El problema sucesorio al final del reinado de Fernando VII
Tras el trienio liberal del coronel Riego, llega la segunda y última etapa como monarca absolutista de Fernando VII, conocida como la Década Ominosa (1823-1833), gracias a la intervención de la Santa Alianza. Durante su reinado los problemas económicos hicieron que el monarca se viese obligado a colaborar con el sector moderado de la burguesía financiera y nombrase a López Ballesteros (liberal burgués) Ministro de Hacienda. Esta actitud provocó la desconfianza del sector más conservador de la Corte, que se acercará al que sería el sucesor del rey, su hermano Carlos. Pero en 1830 Fernando VII tiene una hija, Isabel, la cual pese a ser la hija del monarca no podía ser reina, debido a la ley Sálica implantada por Felipe V, que impedía reinar a las mujeres. Ante este inconveniente Fernando VII, influido por su esposa Mª Cristina, derogó la ley mediante la Pragmática Sanción. Esta nueva situación no le gustó al sector conservador de la Corte, los carlistas, denominados así porque apoyaban al hermano del rey para que fuese el futuro monarca, asegurándose una monarquía con las ideas del Antiguo Régimen, ya que, por el contrario, Mª Cristina, la que sería la regente hasta que Isabel reinara, estaba apoyada por sectores más liberales. Ese mismo día el príncipe Carlos reclamó el trono, y comenzó una guerra civil entre isabelinos y carlistas. Tras las regencias de su madre y Espartero, Isabel II se convirtió en reina a los 13 años, cuando la declararon mayor de edad.
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