MANIFIESTO DE SANDHURST
El texto que se presenta para comentario es una fuente histórica-circunstancial, de naturaleza política, pues marca el programa de actuación que, el entonces príncipe Alfonso, quería llevar a cabo cuando llegase al poder. Por el hecho de estar dirigido a toda la nación española, se puede considerar un texto público.
El documento aparece firmado por el príncipe de Asturias, el futuro Alfonso XII, que reinará desde 1874 a 1885. Alfonso XII, hijo se Isabel II, es exiliado junto a sus padres tras la Revolución “La Gloriosa”, por lo que se educa en varias ciudades europeas, terminando su formación en la Academia Militar británica de Sandhurst, donde firma el 1 de octubre de 1874 este texto. Sin embargo, el texto fue redactado por Antonio Cánovas de Castillo, uno de los políticos más destacados de finales del S.XIX, que ocupó varios cargos con los gobiernos de Unión Liberal, en el reinado de Isabel II. Durante el Sexenio Democrático (1868-1874), creó el partido alfonsino y, a partir de 1873 pasó a dirigir una vuelta de los Borbones a España. Cuando el general Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII, Cánovas asumió el ministerio-regencia. Fue varias veces presidente del consejo de ministros durante el reinado de Alfonso XII y jefe de Estado durante la regencia de María Cristina.
El texto se redacta en octubre de 1874 y se publica en diciembre de ese mismo año, un año en que termina la I República y se inicia la etapa conocida como la Restauración de los Borbones.
Dos son las ideas principales que se recogen en el texto:
-Por un lado se presentan las razones por las que Alfonso debe gobernar. En primer lugar Alfonso se reconoce como legítimo heredero de la corona española tras la abdicación de su madre. En segundo lugar, afirma el fracaso de los gobiernos que han dejado al margen la monarquía, aduciendo a tres ejemplos: la guerra de independencia, la guerra carlista y el caos en que vive el país tras la caída de la República, defendiendo así el papel de la misma.
-Por otro lado, el texto recoge parte del programa político de la monarquía hereditaria y constitucional que estabilizará el país si regresa: flexibilidad y no autoritarismo, aceptación de la voluntad nacional a través del sufragio y papel dirigente de las Cortes. Termina con la promesa de llevar a España al lugar en que se encuentran las potencias con que ha estado en contacto y con una declaración de principios: “(…) ni dejaré de ser buen español, ni como todos mis antepasados buen católico, ni, como hombre de siglo, verdaderamente liberal”.
El período isabelino significó la hegemonía del partido moderado, que defendía el nuevo régimen liberal surgido tras la crisis de Antiguo Régimen, pero en sentido restrictivo (liberalismo doctrinario). Este régimen, bloqueaba el acceso al poder de los partidos de oposición, para quienes no quedaba otro recurso que el pronunciamiento o la revolución. Esta situación se quebró en 1868, dando paso al Sexenio Democrático (1868-1874), una etapa agitada que conoció varios regímenes políticos: regencia, monarquía democrática de Amadeo de Saboya, república federal y república conservadora. El Sexenio termina en 1874 debido a diversas causas que no pudieron solucionar ninguno de los sistemas políticos establecidos: el cantonalismo, expresión de la radicalización del federalismo y del movimiento obrero, la tercera guerra carlista, conspiraciones alfonsinas y la guerra contra los independentistas cubanos, son algunos ejemplos de la inestabilidad vivida. En este clima, el general Pavía disuelve las Cortes republicanas y en 1874 el general Serrano instaura una República autoritaria. Durante los meses siguientes se produjeron numerosos contactos entre líderes conservadores (Cánovas) y representantes de los poderes económico, eclesiástico y militar entre quienes se imponía la idea de propiciar el retorno de la dinastía borbónica en la persona de Alfonso en quien su madre, la destronada Isabel II, había abdicado.
En estas circunstancias se presenta el texto a finales de año. El documento tiene como misión la aceptación del joven rey, presentándolo como un hombre moderno, flexible y liberal que acepta las conquistas de los últimos años. Es además un compromiso con la nación de restablecer el orden y la monarquía y de respetar la legalidad y los procedimientos parlamentarios. Es, por tanto, el programa político que dibuja los 50 siguientes años de la vida española.
Comienza el documento con el reconocimiento de Alfonso como legítimo heredero de la corona española. Cánovas, a quien se le había planteado dos posibilidades: la vuelta de Isabel II o la proclamación de Alfonso como rey, resolvería a favor de aquel por varios motivos. En primer lugar, porque en 1872, como se cita en el texto, la reina había abdicado en su hijo a sabiendas de que su vuelta al poder era casi imposible. En segundo lugar, porque consideraba necesario conseguir el apoyo de Inglaterra en la Restauración e imponer el bipartidismo, por lo que el príncipe Alfonso es enviado a completar su formación a la academia militar de Sandhurts (Inglaterra), donde se firma el manifiesto. Además, el príncipe compartió el exilio con su madre, lo que le permitió como señala el texto “estar en contacto con los hombres y las cosas de la Europa moderna”, ya que se educó en varias ciudades europeas. El resultado es un hombre joven, educado, de su tiempo.
El segundo de los argumentos ofrecidos por Alfonso para su reconocimiento como rey de España es el fracaso de los gobiernos que han dejado al margen la monarquía. El texto hace referencia al caos que vive el país tras la caída de la República “sin derecho y sin libertad”, fruto de varias guerras (la de Cuba, la carlista, el conflicto cantonal), del aislamiento internacional, el radicalismo obrero, la división de los partidos republicanos y la oposición de alfonsinos, carlistas y la iglesia. Añade, además otros ejemplos. El primero se remonta al inicio de la revolución liberal, la guerra de Independencia, como si Cádiz fuera el culpable y no la monarquía de aquella invasión; y el segundo, a las guerras carlistas, como si este no fuera un problema monárquico. Hay que recordar que la dinastía borbónica, de origen francés, que se implantó en España tras la guerra de Sucesión (1701-1714) sustituyendo a los Habsburgo se dividió en dos ramas enfrentadas tras la muerte de Fernando VII: la legitimista de los carlistas y la liberal de los isabelinos. La pretensión al trono de Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, desencadenaría las Guerras carlistas, terminando la primera, a la que el texto hace referencia, en 1840 (fin de la regencia de Mª Cristina e inicio de la Regencia de Espartero).
A partir de aquí, el Manifiesto recoge dos de los puntos del programa político a realizar en el caso de que se produjese la Restauración: una monarquía constitucional y hereditaria y un gobierno apoyado en la institución de unas Cortes bicamerales. A estos pilares hay que añadir la no participación del ejército en la vida política, un sistema bipartidista y una nueva Constitución, la de 1876.
En el texto, Alfonso expresa su candidatura al restablecimiento de la monarquía constitucional. Para Cánovas, la monarquía y las cortes son depositarias de la soberanía, ilegislables y superiores a la constitución, pues antes de la leyes instituidas por los hombres habían existido en España las cortes como representación de la nación y la monarquía como constructora de España y ungida por Dios. Por tanto, se trataba de volver al sistema político liberal anterior a la revolución de 1868, es decir, un sistema que había sustituido a la monarquía del Antiguo Régimen en el que el rey era jefe del estado, pero sometido a una Constitución que delimitaba las prerrogativas reales al reconocer en mayor o menor medida la soberanía de la nación.
La Restauración se llevó a cabo por un lado gracias a la aglutinación de la fuerzas defensoras de la monarquía Borbónica, que tuvo como hito la publicación de este manifiesto y por otro lado a la agitación social y a los conflictos bélicos que impulsaron a las clases conservadoras a apostar por ella. Sin embargo, el impulso definitivo a la implantación de la Restauración fue el pronunciamiento de Martínez Campos, el 29 de diciembre de 1874 por el que Alfonso XII era proclamado rey de España. El pronunciamiento (uno más de la larga lista de sublevaciones protagonizadas por grupos militares en el siglo XIX con las que pretendían provocar un cambio de gobierno) aceleraría los acontecimientos y provocaría el regreso de Alfonso tal y como Cánovas no quería. La intención de Cánovas no era una restauración establecida por los militares, sino la aceptación del nuevo rey y su regreso por petición pacífica de las Cortes. A pesar de todo, Cánovas se ocupó de organizar la transición de la manera más legal posible. Tras el golpe, se constituía el Ministerio-Regencia presidido por Cánovas, con lo que se pone fin al primer intento de instaurar un sistema democrático en España y se inicia la Restauración, que además de la vuelta de los Borbones, significa el dominio del liberalismo dogmático y la preponderancia de la oligarquía.
Tras acceder al poder, Alfonso XII nombra a Cánovas como primer ministro, el cual actuará en tres grandes campos en su intento de poner fin al caos reinante al que alude al texto:
En primer lugar, se acaba con los últimos focos de rebelión: se derrota a los carlistas en el norte (manifiesto de Somorrostro), se sofocan los últimos reductos cantorales y obreros y se acaba con la guerra de Cuba (Paz de Zanjon).
Su segunda tarea fue el control político del país. Para ello, se colocaron al mando de las diputaciones y ayuntamientos a políticos fieles a la monarquía, se suspendieron o recortaron derechos, se persiguió a políticos de izquierdas y no monárquicos, se restableció el Concordato con la Iglesia…Pero también se entró en contacto con líderes del sexenio proclives al restablecimiento de la monarquía. Se trataba de formar un régimen con un respaldo amplio.
La tercera cuestión, y más importante era asentar los pilares del régimen: la Constitución de 1876 y el bipartidismo y el turno de partidos.
El nuevo régimen se dotaría de una nueva Constitución, la de 1876, que constituiría la base política del mismo. Cánovas pretendía que el nuevo régimen naciera con un claro respaldo legal, por ello las elecciones a Cortes Constituyentes se convocaron con la ley electoral del sexenio (sufragio universal masculino) con la única prohibición de los partidos antisistema, sin embargo dichas elecciones fueron amañadas. La Constitución de 1876 era un texto de carácter moderado a medio camino entre la Constitución moderada de 1845 y la democrática de 1869. En ella se recogía la soberanía compartida del Rey y las Cortes y la monarquía constitucional y se daba un trato de privilegio a la iglesia católica, acorde con la declaración de Alfonso “ni dejaré de ser buen español, ni buen católico…” Se trataba de una ley ambigua pues aunque reconocía todos los derechos fundamentales, remitía a legislación ordinaria posterior como encargada de su desarrollo, lo cual permitió que fueran recortados e incluso suprimidos por los gobiernos conservadores.
Las Cortes, constituirían otro importante pilar de su programa político. Se trataba de restablecer la institución que había nacido con la revolución liberal de 1808 y que culmina con la Constitución de 1812. La labor de “aquellas libres instituciones”, se orientó a la destrucción de los fundamentos del A.R. Las nuevas Cortes de la Restauración serían bicamerales, con un Senado oligárquico y un Congreso elegido mediante sufragio censitario y compartirían el legislativo con el rey. Se ponía fin a las cortes democráticas del sexenio, elegidas por sufragio universal, a las que correspondía por completo el poder legislativo.
Otras de las bases del sistema fue el turno de partidos, con el que se pretendía evitar la hegemonía de un determinado partido político (como ocurrió con los moderados durante el reinado de Isabel) y por tanto acabar con los pronunciamientos militares única forma de la oposición para acceder al poder. El turnismo o bipartidismo consistía en la existencia de dos partidos únicos con la capacidad de presentarse a elecciones. Estos dos partidos, denominados dinásticos por su apoyo a la monarquía, serían el liberal o fusionista de Sagasta y el alfonsino o conservador de Cánovas. El primero de ellos, era el de las clases medias, partidarias del sufragio universal, del laicismo y de una amplia declaración de derechos. El segundo, es el de la vieja nobleza, los terratenientes y la gran burguesía partidarios del orden, la tradición y buenas relaciones con la iglesia. Su alternancia en el poder, no se hacía en función del resultado de las elecciones, sino que correspondía a una decisión del rey o un pacto entre los líderes de los partidos. Además para garantizar alternancia pacífica de los dos grandes partidos de notables, las elecciones estaban totalmente adulteradas, a través de la manipulación electoral (encasillado y pucherazo) y la práctica caciquil.
Hasta 1890, el sistema surgido del manifiesto de Sandhurst funcionó, pero con la muerte de los líderes de los dos partidos dinásticos (Cánovas y Sagasta), comienza la descomposición de la Restauración, ya que sus respectivos sucesores no pudieron controlar los diferentes movimientos como el regeneracionismo, el republicanismo o el nacionalismo que surgieron en contra del sistema. Acontecimientos como la Crisis del 98, la Semana Trágica, la Crisis de 1917 o la dictadura de Primo de Rivera favorecen aún más la descomposición de este sistema, cuyo fin esta marcado por la proclamación de la Segunda República y la expulsión de Alfonso XIII.
Por último, cabe destacar que este texto, que presenta un carácter subjetivo y manipulador de la realidad por el interés del príncipe para obtener el trono, tuvo una gran aportación al desarrollo de los acontecimientos que se sucedieron en esta época pues marcó el inicio de la defensa de la monarquía borbónica, que luego se vio precipitada con el pronunciamiento del general Martínez Campos.